Víctima-Verdugo


TRABAJO TEÓRICO FINAL

LA POLARIDAD VÍCTIMA-VERDUGO

(Apunte sobre el origen de la neurosis)

por Juli Campmany Compta

 

“No es que odiemos o amemos al mundo, nos odiamos y amamos únicamente a nosotros mismos.” Fritz Perls


Pretende ser, este Trabajo Teórico Final de la Formación en Terapia Gestalt, el embrión (etimológicamente, en (dentro) y brio (yo broto)) de mi tesina, ya que considero este tema nuclear, y con infinitas extensiones, en el enfoque gestáltico y, en general, para el estudio del (logia) alma (psyche).


Clarificación de los términos de la polaridad


Uno de los muchos aprendizajes que asimilé durante la Formación que con este Trabajo termino es que las polaridades son subjetivas, siendo, por ejemplo, que para uno y/o en un momento dado, la polaridad del Amor sea el Miedo o bien el Odio; o que el significado de los vocablos puede, del mismo modo, variar.

La polaridad en la Gestalt es una herramienta que diferencia para integrar. Mi elección de los términos es en pos de facilitar la comprensión de la teoría mediante la integración de estos presuntos opuestos.

Veamos la connotación de indefensión, de inocencia, de pasividad de la palabra víctima, que procede del latín victima significando ser vivo sacrificado a un dios y esta del indoeuropeo wik-tima significando consagrado, escogido.

Para su opuesto, barajando con las opciones de agresor o victimario, escojo el término verdugo por su connotación de acción (el que ejecuta), y también por un cierto sentido de inocencia (ya que su primera acepción era el que ejecuta el castigo impuesto por la justicia). Más adelante expondré esta razón. Etimológicamente, verdugo significaba, a comienzos del siglo XIII, rama que se corta verde. Con el tiempo, adquirió el significado más específico de vara de mimbre usada para azotar y, ya en el siglo XVI, por metonimia, el término designaba también al que la usaba.


¿Para qué sirve una polaridad?


Como se apuntó, para diferenciar lo indiferenciado y, a la postre, integrarlo. Para tomar conciencia. Para darse cuenta.

Una polaridad puede servir para descubrir un ladrillo (o una pared) del autoconcepto de uno. Para resignificar la propia identidad. Para comenzar a resquebrar el “yo idealizado” (como lo bautizó Karen Horney); la coraza que en gran manera dificulta el contacto (gestáltico).

Una polaridad sirve para desentumecer un fluir natural del organismo, agarrotado por automatismos; soluciones neuróticas que fueron en su día funcionales y que hoy, por repetición  y con efecto acumulativo, anquilosan el “yo”, que deviene una función disfuncional del mencionado organismo.

El trabajo con polaridades facilita el reapropiarse un aspecto negado de sí (Yo soy eso … y también su opuesto) para encontrar un equilibrio más básico.

Como dice Francisco Peñarrubia en su incontables veces revisitado y citado libro Terapia Gestalt. La vía del vacío fértil en su página 135:

“Una forma de entender en Gestalt la conducta neurótica es precisamente cuando este ritmo de opuestos no fluye de forma natural.”

Entonces, ¿cómo surge este no fluir, este agarrotamiento, esta coraza caracterial y armadura muscular (en conceptos acuñados por Wilhelm Reich)? ¿Cómo surge la neurosis?


La Separación


“Todas las perturbaciones neuróticas surgen de la incapacidad del individuo por encontrar y mantener el balance adecuado entre él mismo y el resto del mundo. Su neurosis es una maniobra defensiva para protegerse a sí mismo de la amenaza de ser aplastado por un mundo avasallador. La neurosis es su técnica más efectiva para mantener su balance y su sentido de autorregulación en una situación en la cual siente que la suerte no le favorece.” Perls 1976 pág. 42


Para Perls, el neurótico “no puede distinguir adecuadamente entre él mismo y el resto del mundo”.

 

Y, el organismo y su medio son inseparables; “están en una relación de reciprocidad. Ninguno es víctima del otro. Su relación es de hecho una relación de opuestos dialécticos.”  Perls 1976 pág. 31


No llegamos a este mundo indefensos. Nacemos de nuestra madre y somos con ella hasta que termina la gestación extrauterina ( que, como la intrauterina, dura unos 9 meses). Teóricamente.

Según Laura Gutman hay una “fusión emocional” entre el bebé y la madre para garantizar al bebé que va a haber alguien que va a sentir exactamente lo mismo que él y por lo tanto lo va a poder satisfacer.

Argumenta Gutman, que en esta sociedad la susodicha fusión emocional prácticamente no se da por la angustia en la que vive la madre al sentir también la totalidad de las experiencias que tuvo siendo ella bebé (ahogo, desesperación, miedo, …), la cual la hace salirse de esta fusión emocional y empezar a interpretar en lugar de sentir, y por la introyección transgeneracional y social que reza así es como se hace.

Aclara, esta terapeuta especializada en psicología de la maternidad, que “la madre hace todo por el bebé dentro de su nivel de conciencia y de acuerdo al universo que mamá tenía construido, referido a su cultura, a su conjunto de ideas y a las experiencias que mamá tuvo cuando ella fue niña … Y la abuela igual … Entonces, aquí hay una cadena transgeneracional que a nosotros nos ubica entre lo que creemos que es normal según nuestra ideología, nuestra civilización, nuestra moral religiosa y el diseño original del ser humano … Y esa distancia es enorme.” Entrevista a Laura Gutman por Canal 8 México (Canal de YouTube Laura Gutman)


Desde mi perspectiva, la angustia de la madre a la que se refiere Gutman se debe más a la inseguridad existencial que le acontece a la madre al percatarse de que nada de lo que sabe le sirve para con el hijo y que ni siquiera sabe quién realmente ella es. Ha vivido más para afuera que para adentro, más en el hacer que en el estar y, con la llegada del hijo, el mundo desaparece y ya no hay nada que hacer; sólo estar. Esto, la madre lo siente de golpe (oxitocina y endorfinas) y con toda el alma, y es un choque brutal contra su personaje; contra lo que cree que ella es. Dependiendo de la neurosis individual y del entorno, este repentino augmento de las sensaciones y emociones que destronan lo cognitivo de un empujón, puede durar unas horas, días, semanas, meses …, pero la soledad (y el aislamiento de otras en su situación (la no comunidad)) en la que la madre se encuentra, la incomprensión del entorno, y de la sociedad en general, hacia lo que le sucede, no la acompañan a poder sostener el idilio.

Su ego (aquello que se autopercibe separado de) se da cuenta de que ha perdido el control. Al momento realiza que el bebé es la diferencia. Pequeño e incomprensible, y con el poder de destronarlo, de ningunearlo, de abandonarlo. Se siente, como no, atacado y se defiende atacando de vuelta: la madre, inconscientemente, ya que hacerlo de forma consciente quebraría su autoimagen idealizada, repudia al hijo. Lo separa de sí y el ego recupera el trono.

Es así que la madre, sin apoyo interno ni externo, se sale; … y comienza a interpretar. Agarra partituras ya viejas, esas que su madre tocó; busca otras en revistas y libros …; o improvisa dentro de su viejo patrón.

La “insensibilidad” de la madre desampara al bebé. He ahí la víctima. El inocente ofrecido en sacrificio a la sociedad. Sacrificado en el altar de la traición; perdón, de la tradición. La madre ejecutó la pena en justicia. En venganza inconsciente, más apropiadamente: a mi me lo hicieron. Lo que recibí, doy. La neurosis que arrastramos por el descuido de la madre nos empequeñeció volviendo el ambiente ignoto e hostil. Karen Horney, en la página 5 de su libro Neurosis y Madurez, define la angustia básica como “… la sensación de estar aislado y solo en el mundo potencialmente hostil.”


Y acá resuenan las palabras de Perls anotadas más arriba sobre la neurosis, las maniobras defensivas y un mundo avasallador.


Parece que no hay elección, y ninguno es víctima del otro …  Parece que esos opuestos dialécticos (organismo-ambiente, individuo-sociedad, víctima-verdugo, esclavo-amo, under dog-top dog, niño-adulto …)  sirven a la conciencia y a la integración. La ilusión de la separación que se desvanece al darme cuenta de la unicidad. El ser humano como un proceso de individuación, de autorreconocimiento, para volver a fundirse, cual ola, en el vasto mar. En esta metáfora, la neurosis dificulta que la ola pueda terminar de formarse, encimar con su cresta, coronada por su fruto la espuma. Y, si no llegó a ser, ¿quién se desvanece nuevamente en el mar primordial?

 Al resituarse en su individualidad neurótica (inconsistente con el ambiente) la madre se separa del bebé, cortando el cordón emocional. Entonces el bebé es separado del Todo. Es separado. Ya no hay e-moción; es se®-parado. Ya no fluye con el mundo, con la madre. Todo se mueve y él no. No puede; deviene impotente. Ahí se empequeñece; al ser ante el mundo en lugar de con el mundo (u en el mundo, según la hermenéutica de M.Heidegger). Ahí el déficit que plantea A.Adler, que, como bien apunta F.Peñarrubia en su citado libro en su página 45 “… considera el déficit (la inferioridad) como motor que pone en marcha la tendencia humana universal a afirmar la autoestima, a aspirar hacia lo alto”.


Cabe preguntarse si la separación se da siempre. Si existen casos en el tiempo y/o en el espacio en los que esta no se ha dado. Puedo fantasear con tribus en comunión con la naturaleza. Pensar en el ejemplo de Jesús de Nazareth o en Balayogi, que a los 15 años entró en samadhi y así permaneció hasta su muerte, 30 años después …


Sostengo que sí se da y es condición del ser humano, aunque la separación puede ser brusca, como la que he descrito, o paulatina y suave; orgánica. Es la separación del bebé de la madre en contraposición a la de la madre del bebé. Es la que, primero gateo a gateo y luego paso a paso, va explorando el hijo, que puede volver siempre al seno materno.

 Es nuestra civilización, una civilización enferma. En palabras de F.Perls, “Y dado que el individuo y el ambiente son meramente elementos de un todo único, que es el campo, ninguno puede imputarse como responsable de los males del otro. Ambos están enfermos. Una sociedad que contiene un gran número de individuos neuróticos ha de ser una sociedad neurótica; de todos los individuos que viven en una sociedad neurótica, un gran número de ellos ha de ser neurótico.”   El Enfoque Gestalt y Testigos de Terapia pág. 30


La polaridad víctima-verdugo


Tras esta primera y esencial separación; tras esta primera victimización pasiva; tras este sacrificio del inocente, ritual de iniciación social, en el ara de una religión cuyo dios es “el bien común” (o el “si todos lo hacen debe ser que está bien así”), el bebé va creciendo y aprendiendo a ser víctima siguiendo el ejemplo del entorno, que básicamente le enseña a ser víctima hasta que pueda vengarse como verdugo.

 Vivimos en una sociedad en la que falta el tiempo y el espacio; siempre con prisas y amontonados en las ciudades. Por eso nos sentimos invadidos y agredidos y, normalmente de forma inconsciente, nos agredimos a nosotros mismos (retroflexión). Los padres, los referentes del niño, neuróticos, incapaces de distinguir adecuadamente entre ellos mismos y el resto del mundo, invadidos, agredidos, víctimas de la sociedad, no tienen tiempo ni espacio para atender las necesidades del hijo. Le muestran la esclavitud en la que ellos viven al no poder hacer esto porque tengo que hacer lo otro (para vivir) y le enseñan con 10.000 NOs que él no es como debería si quiere ser amado (Deja de ser para poder vivir).

En el hijo, los padres vuelcan “sin consciencia” su frustración, su agresividad reprimida: en casa ellos son la autoridad; son “el mundo” para el hijo, y como “mundo” se comportan. Proyectan en el retoño el niño que no se permiten y que no pudo ser y lo atacan (en una suerte de proyección-retroflexión) como defensa, ya que sienten su identidad amenazada por lo espontáneo y aún no domesticado del vástago. Estos factores se suman, como señalé anteriormente, a las introyecciones y el ejemplo en general que recibieron a su vez de sus padres.

 

Por tanto el niño es educado para ser una víctima más; como sus papás y como los demás. Que ser malo está mal. Reprimiendo la libido (Freud, Reich) y la agresividad (L.Perls) neurotizamos e idiotizamos al individuo y, cuando nos convenga, ya canalizaremos su frustración y agresividad (guerras, revueltas, fútbol, …).


Así, la víctima, es inocente, indefensa y pasiva. … Hasta cierto punto. Cuando el individuo  va adquiriendo la capacidad de responsabilizarse de sí, el continuar sintiéndose víctima deviene una elección, y ya no es ni inocente ni indefensa ni pasiva. Quiero decir que, si la neurosis nos infantiliza y nos incapacita, entonces el Estado ya hace bien tratándonos de irresponsables (tomando el control); si esta no es excusa, el ser víctima se formaliza como una estrategia manipulativa para medrar en el mundo.

En el imaginario de lo que es ser víctima pesa mucho la idea del hado (1. Fuerza desconocida que, según algunos, obra irresistiblemente sobre los dioses, los hombres y los sucesos. y 2. Encadenamiento fatal de los sucesos. DRAE), que refuerza su sentido de impotencia y que encaja mucho con la incapacidad del neurótico para autoapoyarse.


Hay un matiz que no quiero dejar de señalar en este ir pintando, caracterizando y definiendo a nuestra víctima: el que refiere a la “acción” del individuo al “decidir” continuar siendo víctima. Es la lealtad a la madre; la lealtad al padre, y, desde una perspectiva sistémica, la lealtad al clan. Se asemeja a lo que la segunda acepción de la definición de víctima por el Diccionario de la Real Academia Española define como: “Persona que se expone u ofrece a un grave riesgo en obsequio de otra”.

También, la víctima necesita del verdugo; necesita de alguien que ejecute y por tanto justifique y confirme la sentencia que ella misma sobre ella misma ha fallado.

En términos de la polaridad amo-esclavo, tal y como lo expone en su tesina “Amo y esclavo. Una polaridad esencial” Manuel Romero Malpartida en su página 33, “El esclavo desea el reconocimiento por parte de otro que está en un lugar más elevado, el amo”.


Este cuadro impresionista que he pintado del concepto víctima, que empezó con el color de la separación brutal y fue concretándose con los de las introyecciones, proyecciones y retroflexiones de la neurosis endémica, puede parecer largo en comparación al espacio que dedicaré al concepto de verdugo, pero este no es sin su víctima, y es a través de la comprensión de esta que podré definir mejor a mi verdugo que, como veremos, no deja de ser una víctima más. Sí, puedo juzgar y decir que el verdugo ejecuta a esa persona. Entonces, de modo impepinable, esta resulta víctima de aquel. Puedo decir que la gacela es víctima del guepardo, también. Mas, más allá de lo expresado antes por Fritz Perls y por filosofías varias y que un andaluz bien podría redefinir como “lo que é é” y que, en consecuencia, “ninguno es víctima del otro", rescato lo primeramente anunciado de que una víctima es en tanto que se siente como tal.


¿Quién o qué define la justicia? ¿Un Estado? ¿Una ley? La víctima de un Estado puede ser un héroe para el pueblo; y su verdugo un asesino a sueldo.

(Surge detrás el tipificado ejemplo de A. Eichmann y el concepto sellado por H. Arendt de la banalidad del mal.)


Buscando trabajo, un neurótico lee la siguiente oferta:


Se busca VERDUGO

Se requiere cierta insensibilidad y capacidad de disociación

No es imprescindible:

experiencia previa, empatía, integridad


Traigo aquí también a colación el experimento de psicología social de Stanley Milgram y el de Philip G. Zimbardo, ambos muy conocidos en el estudio de la ingeniería social. El de Milgram se llevó a cabo en 1961 para estudiar el comportamiento de una persona para obedecer las órdenes de la autoridad aunque estas entrasen en conflicto con su conciencia personal que concluyó que un 80% de los individuos (podríamos adjetivarlos como “civilizados”) actuarán contra otros individuos violando sus propios principios morales y éticos si lo que ellos consideran la autoridad así lo dicta.

El de Zimbardo es conocido como el experimento de la cárcel de Stanford y se realizó una década después del de Milgram buscando ver si el comportamiento habitual de una persona podía modificarse ante un cambio radical de ambiente y si también cambiaba al obtener un nuevo rol a representar en ese ambiente. Zimbardo tuvo que interrumpir el experimento a los pocos días dado el grado de sadismo al que llegaron los sujetos a los que se les “dio” poder sobre otros.


Sostengo que el verdugo nace en el momento en el que lo hace la víctima, y nace justamente como hado, fuerza inevitable o, si se tercia, por designio divino.


Así, el neurótico acepta el trabajo. Él es pequeño ante la autoridad (Estado, mundo, Dios, …); no sabe. Tiene que alimentar a su prole. Pagar facturas. Si no acepta, no puede. ¿Qué se le va a hacer? Él es inocente: las cosas son así. Y además, si no lo hago yo, otro lo hará en mi lugar. Prefiero ser el que pincha, no vaya a ser que alguien termine pinchándome a mi.

Vemos que el verdugo se siente una víctima: inocente, indefenso (sin opciones) y, como remate, ¡pasivo! Accionar sería rebelarse contra el orden establecido; empoderarse ante el mundo.

Si  acaso, él lo intenta matando a la víctima, pero cuanto más la mata más se afianza su rol de verdugo y, con este, inevitablemente, la víctima que le da la vida; que lo vio nacer.

Desde esta argumentación, hasta el psicópata genocida es una víctima y, cuando haya sacrificado a todas las víctimas y ya no quede nadie en el mundo, se dará cuenta de que los dioses todavía no están satisfechos y entonces comprenderá que la víctima era él, y que el sacrifico era entregarla a los dioses: renunciar a ser víctima.


Lo difícil es darse cuenta de que uno se siente víctima, y la polaridad del verdugo acomete la función de evitar este autorreconocimiento, porque muy temprano aprendimos el desamparo. El verdugo ejecuta a la víctima en cuanto esta asoma a la conciencia.


Cuando yo me reparo como víctima me digo “no te castigues”. Al permitirme ser víctima siento que me atiendo y cuido; ergo puedo cuidar de mi. Me autoapoyo. Y la víctima y su verdugo en el fondo desaparecen.

Cuando me veo ejecutando alguna sentencia miro como me siento atacado, ergo víctima, y lo reconozco, poniendo así en contexto mi ataque (ataco al sentirme atacado).


Conclusiones

 

La polaridad víctima-verdugo me ha permitido hacer una construcción desde la relación organismo-ambiente a la vez que iba llevándola a la psique, darle una amplitud teologico-política, y adentrarme en lo que considero el origen de la neurosis.

En la polaridad víctima-verdugo, aparentemente la víctima es impotente y pasiva y el verdugo tiene la potencia y la acción. Hemos visto que hay una cierta acción, una elección en el “seguir” siendo víctima. El ser víctima influye en el ambiente. El individuo puede usar el ser víctima como una estrategia para manipular el ambiente. Es la impotencia de la víctima como potencia. Por ejemplo, como víctima puedo lograr o he logrado que me atiendan, que me vean; sentir que soy, que existo.

El verdugo es en tanto que es víctima: “Mira lo que me haces/me hacen hacer”. Es impotente en la potencia.

Como he señalado, hay una dependencia mútua entre la víctima y el verdugo, tanto si hablamos a nivel individual como relacional.

Desde una perspectiva Estado-individuo, la polaridad tratada se acopla bastante bien, aunque no voy a desvelar que rol asume cada parte. Me viene a la mente, y sin ser concluyente lo expongo, que este NWO (Nuevo Orden Mundial, en sus siglas en inglés) que nos quieren vender está adquiriendo en el inconsciente colectivo la dimensión de hado, destino, u Olimpo de los dioses, ante el que el simple humano nada puede hacer.

Resalto como una de las conclusiones, inspirado en lo que apunta Laura Perls en su escrito Cómo educar a los niños en la paz (“Viviendo en los límites” Laura Perls Capítulo 3), el temor, constatado ya, de que esta sociedad de víctimas torne (bascule) en sociedad de verdugos por “orden” de la autoridad. (Pínchense, dijo la autoridad. Y el 80% se pincharon.)

Para una oportunidad más extensa queda el profundizar en el origen de la neurosis u el seguir tratando la polaridad víctima-verdugo. Simplemente concluyo que una disminución de la comunicación (un falso contacto) entre la madre y el hijo (extendida después al binomio entorno-niño y más tarde al de sociedad-individuo) por las causas que fueren (algunas en este trabajo planteadas), predispone a una acumulación de gestalts inconclusas en el individuo (organismo) que dificulta su proceso de individuación o maduración (distinguir adecuadamente entre él y el ambiente) derivando en, como dice F.Perls, un síntoma: la neurosis. (Perls 1975, pág. 27: “Yo considero que la neurosis es síntoma de una maduración incompleta”.)

Víctima (y verdugo) de un mundo avasallador.

 

Juli Campmany Compta

28 de agosto del 2022